Con una producción más sencilla pero cargada de significado, la banda logra uno de los trabajos más conmovedores de su discografía. Un viaje íntimo por el cansancio, las dudas y la belleza de crecer.
Lawrence Alma-Tadema fue un pintor de la época victoriana, con un realismo y detalle increíble a la hora de pintar, que trajo el mundo clásico a sus obras bajo un estilo neoclásico. Dentro de sus pinturas, creo que destaca su uso de las flores y la vegetación para dar atmósfera a sus escenarios. Creo que parte de ese florecer primaveral impregna el último disco de Niños del Cerro.
Como el cuarto trabajo de larga duración de su carrera, Niños del Cerro estrenó este mes de octubre “Alma Tadema”, 12 canciones y 44 minutos de dream pop e indie pop, más otros arreglos.
Con un par de adelantos y una promoción un tanto silenciosa, en un par de meses en que la música nacional no ha parado de dar alegrías y excelentes lanzamientos, de sopetón cae “Alma Tadema”, siendo el fruto de maduración de tantos años tocando y componiendo.
La producción cambia, más no la base. Con tintes del buen Yaima Cat detrás, la banda apuesta por una entrega mucho más simple que las anteriores, pero que destaca en tantos sentidos y profundiza a su manera en capas sonoras, lo que la posiciona como uno de mis favoritos de su discografía.
Cada canción denota nostalgia, cansancio y añoranza. En cierto sentido, gracias a este tipo de aproximaciones, junto a la sensibilidad de los chicos, ha sido clave para ser una de las bandas que ha calado hondo en la industria nacional y en una generación que creció escuchándolos.
Cuando se estrenó “Nonato Coo” (2015), yo había salido de cuarto medio y estaba trabajando mientras veía qué diablos estudiar el año siguiente. El primer disco de la banda me hizo conectar o, al menos, plasmar pensamientos y sentimientos que no podía expresar de otra forma.
Hoy, 10 años más viejo, “Alma Tadema” me hace tanto sentido como el primer disco, pero ahora siendo un adulto trabajador, con sus penas, sus dudas y su nostalgia. Me alegra en verdad poder escucharlo.
Insisto: es más simple que la entrega anterior, pero en esa simplicidad se permite ser profundamente honesto, calar en el alma y darte un espacio para desconectarte en sus canciones.
Siempre es un gusto saber qué es lo nuevo que traerá la banda, que no abandona su base ni raíces, pero sí se abre a profundizar, a darle una vuelta a lo que ya se ha hecho y dejar impreso el sello de Niños del Cerro.
Uno de los discos más trágicamente bellos que he escuchado este año, una obra que toma lo clásico de ellos, pero lo trae de una nueva forma. Algo “neoclásico”, como Lawrence.

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