Corto Punzante

La madurez artística de una banda que se convirtió en refugio. Un viaje sonoro que mezcla calma, tintes electrónicos y una soberbia sencillez.

Para ser sincero, cuando comenzó el boom de Niño Cohete yo estaba en la universidad y no enganché tanto. Tal vez porque la vida era frenética, vivía a otro ritmo y no lograba conectar con esa calma tan propia de la banda penquista.

Pasaron los años. Ya adulto, realmente adulto, viviendo solo y arrendando por primera vez en Santiago, logré conectar con su discografía. Añoraba el tiempo y el silencio del campo, y sus discos se convirtieron en un refugio ante esa necesidad.

“Donde las serpientes toman el sol” es el tercer disco de estudio de Niño Cohete, un LP que podemos cimentar en el indie folk con toques de indie rock y synthpop, lanzado en mayo de este año.

Cuando supe que este disco había salido, no demoré mucho en hacerme un espacio en la agenda, sentarme en casa y darle play. Y ahí estaba. Esa magia calma, ahora con tintes electrónicos, conservaba su esencia.

A pesar de no haber crecido junto a la banda y haber tomado gusto por su estética ya siendo más viejo, “Donde las serpientes toman el sol” es un disco que denota una madurez artística.

Desde sus inicios, la banda ya dominaba la lírica, pero esa maestría y entrega en su estilo, casi único en la escena local, se ha traspasado a la producción y composición de sus canciones.

No es más de lo mismo; es un núcleo conocido, pero sus capas han tomado nuevos caminos, incluso echando raíces en momentos como “Abedul” y “Crepitar”. A lo largo de sus nueve canciones y 36 minutos de duración, plasman su autenticidad y demuestran su manejo artístico.

Ofrecen un viaje que no es monótono, ya que podemos dilucidar pasajes oníricos y lumínicos que luego dan paso a escenarios más sombríos y densos. Niño Cohete marca la pauta de cómo ser sublime y sencillo a la vez.

Nada más que decir: una muestra de que la banda sigue vigente y sigue recompensando a quienes siguen su carrera.