En su obra más íntima, la artista transforma el trauma en un lenguaje propio, expandiendo el dark pop hacia un territorio emocional, cinematográfico y espiritual.
Hay discos que no buscan consuelo, sino verdad. «delaluz«, el nuevo álbum de quediostesalve (María de la Luz), es uno de ellos.
La artista irrumpe con un trabajo que marca un quiebre emocional y estético dentro su pop alternativo: un viaje que desciende hacia la herida para iluminar aquello que sobrevivió dentro de ella.
Si «María» (2022) representaba su nombre público y heredado, «delaluz» abraza el nombre íntimo (De la Luz), el que casi nadie usa, el que guarda origen, trauma y renacimiento. Nombrarlo es una declaración: recuperar lo que se rompió para reescribirlo con otra voz.
Es un disco escrito durante tres años de proceso personal y terapéutico. Aquí la herida no se esconde: se observa, se nombra, se convierte en claridad.
A través del desamor, la culpa, la memoria y el deseo, quediostesalve revela cómo los vínculos funcionan como espejos capaces de exponer lo que evitamos mirar.
En lo musical, delaluz es una expansión del pop oscuro: dark pop, electrónica experimental, trip hop y jersey club conviven como escenas de una misma película emocional.
La producción de Felipe Bribbo trabaja el sonido como un gesto cinematográfico: folley, respiración, electricidad, capas que se sienten más como imágenes que como instrumentos.
El resultado dialoga con la escena experimental latina (Ruxxia, Marttein, Roz) y con referentes globales como Oklou, Sega Bodega o FKA Twigs.
El cine, de hecho, atraviesa todo el álbum. quediostesalve cita la melodía de La La Land, resignifica la autodestrucción luminosa de Eternal Sunshine e I Origins, y recupera la despedida de Carol en “Dejarte Ir”. Cada referencia funciona como un pliegue emocional más dentro del relato.
A nivel visual, delaluz despliega una estética de sacralidad oscura: imaginería religiosa latinoamericana, expresionismo y performance que encuentran su símbolo en la figura del arlequín, máscara que une vulnerabilidad y rebeldía en un mismo gesto.
El proyecto opera como una obra audiovisual expandida donde el cuerpo, la luz y el rito narran aquello que la palabra no alcanza. El disco avanza por cuatro etapas (herida, caída, purga y comprensión) formando un círculo que se cierra sobre sí mismo.

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